EL MODELO HUMANISTA ESTRATÉGICO Y OTRAS COSAS DE LA VIDA.


He de reconocer que lo mío fue un flechazo. La primera vez que escuché hablar sobre el modelo humanista estratégico, la teoría PASS y la teoría del enmascaramiento de las emociones, me quedé fascinada. Se presentaba ante mi un modelo digno de llevar dicho nombre, una teoría de la inteligencia clara, coherente y fundamentada y una teoría de las emociones que por fin ayudaba a entender e intervenir. Pero como en todo enamoramiento, después de una fase de exaltación de la belleza, llega el tortazo de realidad. En el caso del modelo humanista – estratégico, este vino en forma de choque de trenes entre lo que sabía y lo que estaba aprendiendo.
En pleno derrumbamiento, como no, seguí a rajatabla las lecciones del arte de amargarse la vida y empecé a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor[1]. Un tiempo pasado en el que me formaba sin parar y cualquier aprendizaje nuevo lo incorporaba sin problemas. Tanto si hablamos de un curso sobre intervención comunitaria con Teresa Zamanillo como una actividad con Aurea de biodanza, lo mismo me daba, lo aprendido, mucho o poco, lo sumaba a lo que ya sabía sin ni tan siquiera un pequeño roce. Entre la educación emancipadora y la planificación centrada en la persona incorporaba sin problemas las constelaciones familiares y la meditación nenbutsu. Por decirlo en términos piagetanos vivía en el feliz mundo de la asimilación sin necesidad de recurrir a la trabajosa acomodación para recolocarlo todo.
Pero desgraciadamente con el modelo humanista estratégico esto no ocurre. Las teorías que lo fundamentan entran en contradicción con lo que sabemos y hacemos. El viejo y tan utilizado esquema “pensamiento - conducta - emoción” se cae por los suelos y la restructuración cognitiva se cae con él. Y es que es duro asimilarlo, pero ya no podemos recurrir a nuestro lado racional, para controlar el emocional. Bueno, es duro, y al mismo tiempo, es un alivio, porque aparecen interrogantes nuevos, pero algunas viejas preocupaciones se van.
La teoría PASS nos lo explica con una de sus clarificadoras metáforas: Hay dos carreteras, la del corazón y la de la razón. Estas carreteras no se cruzan nunca. Si tenemos un problema emocional y lo intentamos solucionar razonando, es como si tuviéramos un atasco en la carretera del corazón y estamos mandando la policía a la carretera de la razón.
Otra forma de verlo: Javier Tirapu nos dice que la emoción y la razón están comunicadas, pero en dirección emoción - razón, por una autopista de 4 carriles y en dirección inversa, por una camino de cabras.
Si habéis seguido un proceso similar al mío, os preguntaréis qué tiene de bueno descubrir que tus conocimientos estaban errados. Descubrir que lo que estabas haciendo está mal. La verdad es que así, en estado puro, de bueno no tiene nada. La parte buena es que ya sabemos porque hemos fallado.
He tenido la suerte o la desgracia de haber leído, reflexionado y practicado mucho sobre temas como la relajación, las habilidades sociales o la gestión emocional. Lo he aplicado a otras personas y consciente de mis carencias, también a mi misma. Es cierto, que algo bueno se saca, sino, no le hubiese dedicado tanto tiempo. Aprendes, ves las cosas con más claridad, puedes descubrir tus debilidades y aprender cómo superarlas, etc. pero también es cierto que las cuestiones más importantes, las que más te afectan y preocupan, las ves, las analizas, las entiendes, sabes que lo podrías hacer de otra forma, pero cuando llega la hora de la verdad, vuelves a cometer el mismo error, una y otra vez. Con lo que al final, te sientes mal, frustrada, te infravaloras y te ves más vulnerable. Ahora sé que no podía cambiar mi forma de actuar, porque ni siquiera era yo la que estaba decidiendo actuar así. Y la verdad, es un alivio.
A veces nos negamos a aceptarlo, pero los programas que tanto nos gustan, como por ejemplo, los programas de habilidades sociales, cuando se trata de un problema emocional, no solamente no ayudan, sino que perjudican.
Volvamos a las metáforas. Cuando hay un problema de conducta, los comportamiento observables son el humo. Esto significa que hay un fuego, que es el verdadero origen del problema y es el que está generando el humo que es lo que vemos y los que nos molesta, pero que no es más que el síntoma. Cuando nos molesta el humo lo que hacemos es soplar para que se vaya, pero entonces estamos avivando el fuego. Para solucionar el problema, no nos podemos quedar en el síntoma, sino que tenemos que ir al origen y apagar el fuego. Por lo tanto, soplar humos es decirle a una persona que deje de hacer lo que está haciendo y haga lo que consideramos correcto. Cuando una persona tiene problemas de conducta y hacemos un programa de habilidades sociales, lo que hacemos es decirle que lo que hace está mal y cuál es el comportamiento que consideramos adecuado. Puede que sea mucho más planificado, estructurado y técnico que una reprimenda, pero sigue siendo soplar humos.
¿Pero entonces? ¿Los programas de habilidades sociales no sirven? No es posible. No cabe duda de que explicar qué es la asertividad y reflexionar y practicar para ser personas más asertivas, es una buena práctica. ¿O no?
Para solucionar este galimatías, yo he construído con cosas de la vida de aquí y de allá, el siguiente esquema.
Hace tiempo que aprendí, que para hacer cualquier cosa en esta vida, deben darse tres condiciones: hay que saber, hay que poder y hay que querer.
Pongamos un ejemplo sencillo: para hacer una tortilla, tengo que saber hacerla; tengo que saber que hay que pelar y picar la patata, calentar el aceite, freír, batir los huevos, etc. También tengo que poder; tengo que tener cocina, sartén, patatas, huevos, aceite, etc. Sin una de estas dos condiciones estoy bloqueada. Si tengo los ingredientes y utensilios, pero no sé hacerla, no podré cocinarla y lo mismo pasa al contrario, no puedo hacer una tortilla si sé hacerla, pero resulta que no tengo ni patatas ni huevos. Por último tengo que querer. A nadie se le escapa que puedes saber hacerla, tener todo lo necesario pero resulta que no quieres, así que sencillamente, no la haces.
Con las habilidades sociales pasa lo mismo. Hay que saber, poder y querer. Es posible que tengamos un alumno o alumna con mal comportamiento, sencillamente porque no sabe hacerlo mejor. Imaginemos que en su entorno cercano tiene estilos de comportamiento agresivos y por imitación ha aprendido a comportarse así. Para mejorar su situación personal podemos intervenir con el objetivo de que aprenda otra forma de relacionarse y conseguir sus objetivos, es decir: programa de habilidades sociales.
Sin embargo, en muchas ocasiones, no es que no sepa, sino que no puede. Hay una creencia que está activando su amígdala y haciendo que adopte un comportamiento defensivo. En este caso, la persona no decide comportarse así y por lo tanto, por mucho conocimiento que tenga sobre habilidades sociales y asertividad no puede modificar su comportamiento. Cuando se da esta situación intervenir con el objetivo de que aprenda habilidades sociales sólo puede conseguir que la persona se frustre y se sienta incapaz. En este caso, la carencia no está en el saber, sino en el poder y la intervención debe dirigirse a conseguir que la conducta defensiva desaparezca y por lo tanto la persona pueda decidir cómo comportarse y es en este momento cuando empieza a utilizar sus habilidades y conocimientos.
Es posible que fallen las dos condiciones, es decir, que no sepa y que no pueda. En este caso, habría que realizar las dos intervenciones, pero habría que empezar por cambiar el poder.
Por último, nos faltaría analizar los casos en los que falla el querer. El problema es que esta condición es mucho más complicada y realmente no tenemos capacidad de intervención sobre lo que otra persona quiere. No obstante, es difícil que una persona que pueda decidir y sepa cómo hacer algo bien, no quiera hacerlo. Debemos pensar que muchas veces lo que parece un no querer hacer es un no saber o no poder disfrazado.
 En resumen podemos seguir desarrollando las habilidades sociales de nuestro alumnado, enseñando que es la asertividad y reflexionando sobre la gestión de conflictos. Estas actuaciones son adecuadas siempre para propiciar el desarrollo personal. Sin embargo, cuando se trata de intervenir sobre una situación concreta, cuando hemos detectado un problema de comportamiento, debemos hacer un diagnóstico y ver si lo que falla es el saber, el poder o las dos cosas.






[1] En referencia a la famosa obra de Paul Watzlawick.

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